Al nacer, conocí el primer uniforme. Estaba salpicado de rojo sangre, del cuerpo herido de mi madre y su lluvia alborozada en llanto; ahí, el médico partero, quien me alzaba hacia un infinito celebrándome como su trofeo. Si hubiera podido, mirando en plano de picado, hubiera visto varios de los primeros uniformes en mi naciente vida; los otros, de blanco: médicos y algunas enfermeras.
Así fue mi asomo a esta experiencia, con algo inherente a los humanos: los
uniformes. Para sustentarlo, como si tratase sobre el libreto de mi vida, mi
padre, con el suyo, ansioso: entrando y saliendo, yendo y viniendo, con sus
uniformes caqui, de gala o de campo, de ejercicio y otros, los de uso en su
carrera de militar; empero, no fueron solo esos, fueron muchos los uniformes de
las fuerzas armadas los que conocí, pues en mi existencia las andanzas por las
bases y centros militares, no fueron pocas.
En mi trasegar existencial, con mi madre, conocí otros uniformes, como el
de ternura conmigo y mis hermanos, los de compasión con su prójimo amado y,
otros tantos que, de larga lista sería.
Los humanos somos sacos de piel embutidos en diferentes uniformes.
@mariosalinas.co.
No hay comentarios:
Publicar un comentario