Quien
ahora está: - “su ausencia”-, desde la finitud de su vida, tiene treinta años y
no se ha sentido así; parece que fue ayer, que haya pasado menos tiempo. En este
lapso, ese algo o alguien, es de corta edad.
El
llevar viviendo tres décadas sin ese bastión del hogar, es como si al cuerpo de
la vida le hubiesen quitado uno de sus miembros – parecido a cercenarle un
brazo- y que, ese cuerpo, quisiera la fuerza de vivir de la mejor forma posible,
sin desmentir que le falta algo en su diario percibir. Lo sigue sintiendo, así,
como un miembro fantasma que se mueve, que aún parece estar ahí y se manifiesta
como un calambre -de inexplicable dolor-, uno que se hace sentir como diciendo:
¡Yo sigo aquí!
Aunque
las palabras quedan cortas al recordar que nuestra familia conmemora hoy -
10.950 días- sin su jefe de hogar, estos grafos pretenden rendir un sentido
homenaje al buen ser humano, quien siempre estuvo al lado de su esposa - nuestra
amada mamá -; a él, quien nos sostuvo, protegió y respetó, a ése que fue leal a
su hogar.
A
pesar de sus humanas grietas, nunca se filtró por ellas una gota de maldad, siempre
fueron fuentes para construir y hacer; solo de cosas para recordarlo bien. De
él, tiene nuestra nueva generación, la nostalgia de decir que: “Un gran abuelo se
han perdido nuestros nietos, los que no lo conocieron”; porque él fue amplio
con todo y todos en su existencia, más no lo fue la vida con él, pues le fue
pacata, no le regaló más años, como a otros. Y, nosotros, los seis hijos, solo
tenemos para avivar: ¡Qué papá tuvimos!
Te
amamos, así ese reemplazo llamado “ausencia” saque canas de vejez.
Papá.
Jorge Salinas.
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